Recostada sobre mi cama –con un pijama rosado y una sonrisa en el rostro- veo como G se viste, luego de lo que fuesen unas 3 horas de besos, caricias y demás placeres terrenales.
“Te amo”, le digo sin dejar de mirarlo.
“Yo también te amo, mi amor”, me dice mientras se acerca y me da un beso en los labios.
Me quedo estúpida -embobada, anonadada, encandilada- mientras, quien pienso es el hombre de mi vida, se termina de abotonar la camisa.
De pronto mete la mano derecha en el bolsillo de su pantalón, saca un fajo de billetes y –sin el menor reparo- suelta el peor y más asqueroso insulto que he recibido en mi vida:
“¿Cuánto es?”
Lo miro incrédula. Lo miro estupefacta. Lo miro con rabia, con dolor, con desprecio y salgo caminando lo más rápido que puedo de la habitación hasta la sala, donde abro la puerta de entrada y espero a que él salga para botarlo de mi departamento.
No puedo creer que después de 1 año y medio de estar juntos, de todo lo que hemos pasado y de todo el amor que le he demostrado –¡y vaya que he hecho de cosas por él!- sea capaz de humillarme de ésta forma. ¡Simplemente no lo creo!
A los pocos minutos sale G por el pasillo y se me acerca.
G: “¿Estás enojada? Fue una broma amor ¡Por favor!”
E: “Lárgate de mi casa”
G: “¿Me estás echando?”, pregunta incrédulo.
E: “¡¡¡¡¡¡Lárgate de mi casa!!!!!!”
G me empieza a explicar que sólo se trató de una broma e, inevitablemente, le creo.
Probablemente en alguna otra situación lo hubiese echado de mi casa y hubiese jurado no volver a verlo; pero ahora eso no tendría sentido alguno. Es, sea como sea, la última vez que lo veré y aunque se me acaba de romper el alma por lo que me dijo y sólo tengo ganas de llorar, finjo creerle y me muestro juguetona y cariñosa. Quiero –necesito enormemente- que los últimos minutos que me quedan a su lado sean felices, plenos (aunque, claro, no sé de qué plenitud podemos hablar).
Le pido que me lleve a casa de mis papás –en Chaclacayo- y me sale con algún argumento barato.
G: “Tengo que trabajar amor. No seas así. Mira, voy y apenas termine te llamo. ¿Ok?”
E: “Me quedé en Lima sólo para verte a ti y ¿no eres capaz de llevarme a casa de mis papás?”
G: “Amor. Te llamo ¿ok?”
Y se va como el cretino –crápula, imbécil, parásito, barbaján, oportunista y ruin- que es.
Quisiera poder decirle a G en la cara todo lo que pienso, todo lo que siento, todo lo que pasa por mi mente cada vez que me hace daño. Pero no puedo. Por alguna razón no tengo el coraje.
En todo caso, nada de eso importa ahora. G ya no forma parte de mi vida y, bueno, creo que yo nunca formé parte de la suya. Todo fue una mentira y no puedo creer que haya caído como una idiota!
Hoy más que nunca estoy completamente segura de la decisión que he tomado.
Pronto olvidaré a G.
Pero –como ya lo he dicho
antes-:
Mi estimado G, para olvidarte tú de mi, tendrías que volver a nacer.
PARA OLVIDARTE DE MI
"En cualquier momento,a la orilla de algún beso,vas a tropezar conmigo sin quererlo,para descubrir que no hay nadie que te llene los recuerdos.Tarde que tempano, sin saber cómo ni cuándo,una lágrima te hará extrañar despaciola ternura de un abrazo,el suspiro de mi nombre entre tus labios.
Para olvidarte de mitendrías que renunciara tanto amor que te dí...para olvidarte de minecesitas volver a nacer.Uno de estos días,al umbral de una cariciavolvera de nuevo la melancolíapara darte la noticia de que no me has olvidado todavía.
Para olvidarte de mi... necesitas volver a nacer."Adiós G.