miércoles, 3 de febrero de 2010

El amor de mi vida fue una chica.

Cuatro meses.


Hace cuatro meses entró en mi vida.


Apareció así de repente, sin previo aviso, y me hizo sentir cosas que jamás pensé sentir.


Y es que Valentina era así. Me hacía sentir mariposas en la panza. Me hacía imaginarme un mundo con ella. Y, siendo sinceros, siempre me agradó la idea.


Hubieron dos personas a las que les confié la existencia de Vale –aparte de mi fiel R, por supuesto-: J y G.


Ni J ni G estuvieron de acuerdo con la relación.


J decía que no sabía en lo que me estaba metiendo y G, aunque dudó un poco, concluyó que lo mejor era que me apartara de ella.


No es que les quiera echar la culpa de nada. Fue mi decisión dejarla. Yo y solo yo decidí ser una cobarde y terminar con lo que pudo ser una relación maravillosa.


Un sábado por la noche fue mi primer intento por dejarla. Pero no pude. Vale, necia y obstinada –creo que en eso nos parecemos harto- decidió quedarse a mi lado. Ella sabía que yo no quería dejarla, que lo hacía porque era –sigo siendo- una mocosa cojuda y manipulable.


Pero yo no me rendí. El jueves siguiente le pedí –le rogué, le supliqué- que se vaya de mi vida. Nunca me podré perdonar todo el dolor que le causé. Literalmente la arranqué de mí, la abandoné, la maté.


Hoy me siento muy sola y no está Vale para consolarme. Hoy tendríamos cuatro meses juntas.

Hoy –no lo sé, nunca lo sabré- seriamos felices.


Vale, mi amor, si algún día lees esto: lo siento. Te amo y te extraño muchísimo. Perdóname.

viernes, 29 de enero de 2010

Púdrete G

He llamado a G todo el día y no ha querido contestarme.

Le he mandado mensajes.

Estaba preocupada. Estaba molesta. Estaba medio desesperada.

Pero él no quiso contestarme.

Le mande un mensaje bastante amenazante.

Me contesto –gritando-:

“¡Estoy Ocupado! ¿No entiendes? ¡Estoy Ocupado!”

Ok, G. Púdrete.

Pd: Cada vez que me tratas mal, voy y te pongo unos cuernos más grandes que tu puto ego. Y ¿sabes qué? ¡Lo disfruto a forro!

miércoles, 27 de enero de 2010

Te quiero Baby, te quiero y siempre te querré.

“Quisiera que me dijeras una y otra vez: te quiero baby, te quiero y siempre te querré, con esa lengua extranjera que me ablanda las piernas”

Escucho esta popular canción de Alejandra Guzmán mientras mis dedos juegan con mi vaso de cerveza. Me encuentro en una muy criolla peña limeña conocida como “Del Carajo”. No puedo evitar pensar en G al escuchar esta canción. G y su lengua extranjera que me ablanda las piernas.

No sé si ya lo he dicho, pero G es argentino.

Si, ya lo sé. ¡Argentino! Todo mundo me ha dicho lo mismo: ¡Argentino!

Por ello es que G puede ser todo lo cretino que quiere y no tener ningún remordimiento. ¡Porque es argentino!

“Vamos a hacer un ejercicio”, me dice J comprensivamente. “Dime 5 cosas objetivas que te gusten de G”.

“Veamos”, le respondo.

“Me gusta que sea un machista –aunque no lo acepte abiertamente-, que sea un macho a la antigua, un salvaje, un bruto, un bárbaro. Me gusta ese no sé qué en su mirada, como si se sintiera dueño del mundo. Me gusta esa capacidad suya para cambiar por un par de minutos esa pose de hombre inexorable y abrazarme cuando me siento morir. Me gusta la forma en que me mira, en que se enoja, en que me hace el amor. Me gusta cuando se engríe y se hace un niño. Y sobre todo, me gusta sentir que me necesita pero a la vez es él quién cuida de mi y no al revés”.

J se queda atónito. Al parecer estaba esperando que yo no supiera qué me gustaba de G.

“Estoy completamente sorprendido por la manera en que estás enamorada de G. Así no se puede. A –un muchacho con el que estoy saliendo- no tiene nada que hacer aquí. Es más, nadie tiene nada que hacer aquí. Si no fuera porque G es un cretino sin límites, sería tu Prince Charming”.

Me doy cuenta de todo lo que le he dicho y no puedo evitar llorar. Estoy perdida. No importa lo que haga, todos los caminos me llevarán a Roma, o en éste caso a G. Estoy total y completamente enamorada de G. Termine o me quede con él, sufriré. Ahora solo tengo que decidir entre estar con G y mantener mi –inexistente- dignidad.

No hace falta demasiada reflexión. Ya todos conocemos mi respuesta.

G, tu ganas. Será bajo tus condiciones.

No puedo vivir sin ti.

sábado, 2 de enero de 2010

Adios G.

Recostada sobre mi cama –con un pijama rosado y una sonrisa en el rostro- veo como G se viste, luego de lo que fuesen unas 3 horas de besos, caricias y demás placeres terrenales.


“Te amo”, le digo sin dejar de mirarlo.

“Yo también te amo, mi amor”, me dice mientras se acerca y me da un beso en los labios.

Me quedo estúpida -embobada, anonadada, encandilada- mientras, quien pienso es el hombre de mi vida, se termina de abotonar la camisa.

De pronto mete la mano derecha en el bolsillo de su pantalón, saca un fajo de billetes y –sin el menor reparo- suelta el peor y más asqueroso insulto que he recibido en mi vida:

“¿Cuánto es?”

Lo miro incrédula. Lo miro estupefacta. Lo miro con rabia, con dolor, con desprecio y salgo caminando lo más rápido que puedo de la habitación hasta la sala, donde abro la puerta de entrada y espero a que él salga para botarlo de mi departamento.

No puedo creer que después de 1 año y medio de estar juntos, de todo lo que hemos pasado y de todo el amor que le he demostrado –¡y vaya que he hecho de cosas por él!- sea capaz de humillarme de ésta forma. ¡Simplemente no lo creo!

A los pocos minutos sale G por el pasillo y se me acerca.

G: “¿Estás enojada? Fue una broma amor ¡Por favor!”


E: “Lárgate de mi casa”

G: “¿Me estás echando?”, pregunta incrédulo.

E: “¡¡¡¡¡¡Lárgate de mi casa!!!!!!”


G me empieza a explicar que sólo se trató de una broma e, inevitablemente, le creo.


Probablemente en alguna otra situación lo hubiese echado de mi casa y hubiese jurado no volver a verlo; pero ahora eso no tendría sentido alguno. Es, sea como sea, la última vez que lo veré y aunque se me acaba de romper el alma por lo que me dijo y sólo tengo ganas de llorar, finjo creerle y me muestro juguetona y cariñosa. Quiero –necesito enormemente- que los últimos minutos que me quedan a su lado sean felices, plenos (aunque, claro, no sé de qué plenitud podemos hablar).


Le pido que me lleve a casa de mis papás –en Chaclacayo- y me sale con algún argumento barato.



G: “Tengo que trabajar amor. No seas así. Mira, voy y apenas termine te llamo. ¿Ok?”

E: “Me quedé en Lima sólo para verte a ti y ¿no eres capaz de llevarme a casa de mis papás?”

G: “Amor. Te llamo ¿ok?”


Y se va como el cretino –crápula, imbécil, parásito, barbaján, oportunista y ruin- que es.



Quisiera poder decirle a G en la cara todo lo que pienso, todo lo que siento, todo lo que pasa por mi mente cada vez que me hace daño. Pero no puedo. Por alguna razón no tengo el coraje.

En todo caso, nada de eso importa ahora. G ya no forma parte de mi vida y, bueno, creo que yo nunca formé parte de la suya. Todo fue una mentira y no puedo creer que haya caído como una idiota!

Hoy más que nunca estoy completamente segura de la decisión que he tomado.

Pronto olvidaré a G.

Pero –como ya lo he dicho antes-:

Mi estimado G, para olvidarte tú de mi, tendrías que volver a nacer.






PARA OLVIDARTE DE MI

"En cualquier momento,
a la orilla de algún beso,
vas a tropezar conmigo sin quererlo,
para descubrir que no hay nadie que te llene los recuerdos.

Tarde que tempano,
sin saber cómo ni cuándo,
una lágrima te hará extrañar despacio
la ternura de un abrazo,
el suspiro de mi nombre entre tus labios.


Para olvidarte de mi
tendrías que renunciar
a tanto amor que te dí...
para olvidarte de mi
necesitas volver a nacer.

Uno de estos días,
al umbral de una caricia
volvera de nuevo la melancolía
para darte la noticia
de que no me has olvidado todavía.


Para olvidarte de mi... necesitas volver a nacer."









Adiós G.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

23/12/09

¿Qué haces cuando la principal razón de tu felicidad es también la principal razón de tus sufrimientos?

¿Qué haces cuando te das cuenta de que la persona que amas no es para ti, pero aún así no la puedes dejar?

¿Qué haces con esos amores perniciosos, dañinos, nocivos?

Ya no sé si en realidad estoy enamorada de G.

Cómo puedo estar realmente enamorada de una persona que me hace tanto daño, a quien parecen no importarle mis sentimientos, mi sufrimiento, mi desesperación.

G se comporta como un canalla y yo ya no sé si lo que siento por él es amor, deseo o si se trata de un capricho adolescente.

Cuál es la lógica de seguir con alguien cuyo amor te hace inmensamente desdichada.

G no es capaz de darme lo que necesito –aunque en realidad no estoy segura de si, todo eso que le demando, lo necesito o simplemente lo quiero-. Quiero atención, quiero compromiso, quiero seguridad, quiero amor verdadero, quiero sexo desenfrenado, loco y pasional. Esto último es –lamentablemente- lo único que G está en condiciones de darme.

Estoy condenada.

No tengo mayores opciones.

“Todos los caminos llevan a Roma”, dice un conocido proverbio y parece que a mí esa frase me cae a pelo.

Tome la decisión que tome –si es que llego a tomar alguna-, inevitable e ineludiblemente terminaré de la misma manera: devastada, arruinada, consumida.

Si sigo con G, mi vida seguirá llena de dudas, de mentiras, de amargura. Seguir con G es condenarme a una vida llena de dolor, a una vida triste, a una vida deplorable.

Terminar con G, en cambio, es morir. Morir trágica y dolorosamente. Terminar con G es ponerle fin a todo, incluso a mi misma. Como dije, terminar con G es morir.

Cómo decidir entre esas dos opciones que –evidentemente- ni siquiera son opciones.

G se está llevando consigo mis fuerzas, mi juventud, mi alegría. G se está llevando mi vida y, sinceramente, creo que no la quiero de vuelta.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

A propósito de masoquistas...

Había una vez, un León grande y fuerte, con una melena dorada que bailaba al ritmo del viento. Vivía en un monte verde, frondoso, casi casi impenetrable. Era el amo y señor del lugar. Los otros leones lo seguían, uno que otro lo odiaba, pero no había ninguno que se atreviese a enfrentarlo abiertamente. Esa sonrisa ganadora, esos ojos color del tiempo, habían logrado que cada una de las leonas de los alrededores cayera rendida a sus pies. Sin embargo, éste León no era el típico León bueno y justo que todos conocemos de los cuentos infantiles. Éste era un León más bien malo, perverso, cruel. Su mayor pasatiempo era perseguir a los pequeños animales del monte y degollarlos hasta que no quede nada de ellos.

Andaba G –digo, el León- trotando por el bosque, cuando de pronto siente un olor penetrante, dulce, adictivo. Se esconde rápidamente y busca el origen de tan inusual aroma. Se mantiene en silencio y logra escuchar los latidos de un corazón que parecen ir a una velocidad descontrolada.

Entonces la ve.

Una Gacela va corriendo por aquel mullido monte y el sol de la mañana hace ver su pelaje brilloso y calido. Su trote es suave y su velocidad no es espectacular, pero es evidente que sólo está dando un paseo, ésa no es su máxima capacidad.

La naturaleza de G lo hace sobresaltarse, quiere echarse a correr detrás de aquel apetitoso manjar y devorarlo hasta que no quede nada de el. Sin embargo, pronto se da cuenta de que no podrá atraparla si la ataca de frente, es una presa demasiado veloz.

Entonces G –haciendo gala de su cinismo y desvergüenza- idea una trampa en la que, muy probablemente E –digo, la Gacela- caerá fácilmente.

El león raspa la piel de su propia pata derecha con uno de sus afilados dientes de manera que brote un poco de sangre sin demasiado dolor y empieza a aullar de una manera descontrolada.

E, la Gacela, se acerca rápidamente, guiada más por la curiosidad que por el ánimo de ayudar a algun animal indefenso.

Y entonces lo vé. Lo ve agazapado en la hierba con su melena dorada iluminando la escena y la expresión más inocente que se pueda encontrar en uno de su especie.

La Gacela lo ayuda trayendo un poco de agua en sus fauces.

El león bebe y se mantiene recostado. Ella se recuesta a su lado.

Ahora todo está listo. No hay mucho tiempo. G debe atacar.

Pero antes siquiera de que el león tuviese tiempo de dejar ver sus brillosos dientes marfil, la Gacela –imprudente, insensata, irreflexiva- se acerca un poco más y se recuesta en su pecho.

El león siente como la sangre de la Gacela recorre su cuerpo contorneado y siente como ésa sangre lo llama, canta para él. Pero por alguna extraña razón no puede atracarla, siente que su mundo no volvería a ser el mismo si ella deja de existir. Sus instintos y su corazón se debaten en su fuero interno.

Ella lo mira y reconoce el peligro. Sin embargo su cuerpo no la deja irse y besa los labios de aquel desalmado León.

Y así es como el León se enamoró de la Gacela.

¡Qué gacela tan estúpida!

¡Qué León tan morboso y masoquista!

martes, 15 de diciembre de 2009

"Entre la espada y la Pared"

Hace no mucho escuché en la radio una canción que al instante me robó varias lágrimas.

Ha de ser porque cuando una está enamorada se siente identificada con todas las canciones del mundo. Sin embargo, ésta en particular me hizo llorar como una quinceañera desflorada.

Aquí les copio la letra de la canción. Díganme si no se identifican.

¿Cómo escaparme de tu lado?
¿Cómo olvidarme del ayer?
¿Cómo borrar de mi pasado
la ternura de tus labios,
la textura de tu piel?

Cómo podré empezar de nuevo
si sigues vivo aquí en mi ser,
encadenado a mi memoria;
yo sigo igual en ésta historia:
entre la espada y la pared

Es que si yo vuelvo contigo
tu seguirás matándome...
con tus mentiras y maldades,
con tus infidelidades
¡ya no se qué voy a hacer!

Pero si escapo de tu lado,
sé que sin ti no viviré.
Es que te amo demasiado
y sé que sola me he quedado
Entre la espada y la pared.

Yo ya no sé que es más terrible:
si estar contigo o sin ti.
Sé que tendré que decidirme:
si quedarme o rendirme
¡Ya no sé que voy a hacer!