Había una vez, un León grande y fuerte, con una melena dorada que bailaba al ritmo del viento. Vivía en un monte verde, frondoso, casi casi impenetrable. Era el amo y señor del lugar. Los otros leones lo seguían, uno que otro lo odiaba, pero no había ninguno que se atreviese a enfrentarlo abiertamente. Esa sonrisa ganadora, esos ojos color del tiempo, habían logrado que cada una de las leonas de los alrededores cayera rendida a sus pies. Sin embargo, éste León no era el típico León bueno y justo que todos conocemos de los cuentos infantiles. Éste era un León más bien malo, perverso, cruel. Su mayor pasatiempo era perseguir a los pequeños animales del monte y degollarlos hasta que no quede nada de ellos.
Andaba G –digo, el León- trotando por el bosque, cuando de pronto siente un olor penetrante, dulce, adictivo. Se esconde rápidamente y busca el origen de tan inusual aroma. Se mantiene en silencio y logra escuchar los latidos de un corazón que parecen ir a una velocidad descontrolada.
Entonces la ve.
Una Gacela va corriendo por aquel mullido monte y el sol de la mañana hace ver su pelaje brilloso y calido. Su trote es suave y su velocidad no es espectacular, pero es evidente que sólo está dando un paseo, ésa no es su máxima capacidad.
La naturaleza de G lo hace sobresaltarse, quiere echarse a correr detrás de aquel apetitoso manjar y devorarlo hasta que no quede nada de el. Sin embargo, pronto se da cuenta de que no podrá atraparla si la ataca de frente, es una presa demasiado veloz.
Entonces G –haciendo gala de su cinismo y desvergüenza- idea una trampa en la que, muy probablemente E –digo,
El león raspa la piel de su propia pata derecha con uno de sus afilados dientes de manera que brote un poco de sangre sin demasiado dolor y empieza a aullar de una manera descontrolada.
E,
Y entonces lo vé. Lo ve agazapado en la hierba con su melena dorada iluminando la escena y la expresión más inocente que se pueda encontrar en uno de su especie.
El león bebe y se mantiene recostado. Ella se recuesta a su lado.
Ahora todo está listo. No hay mucho tiempo. G debe atacar.
Pero antes siquiera de que el león tuviese tiempo de dejar ver sus brillosos dientes marfil,
El león siente como la sangre de
Ella lo mira y reconoce el peligro. Sin embargo su cuerpo no la deja irse y besa los labios de aquel desalmado León.
Y así es como el León se enamoró de
¡Qué gacela tan estúpida!
¡Qué León tan morboso y masoquista!
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