Me despierto, o más bien me despiertan. Porque he de decirles, mis estimados e imaginarios lectores, que tengo un hermano poseedor de un insufrible complejo a despertador. ¡Mal educado! ¡Qué manera la suya de andar despertando a la gente! Cómo si no tuviera despertador. Cómo si no supiera que es tarde. Yo sé que es tarde. Yo sé que llegaré retrasada al trabajo –como todos los días-. Lo que tú no sabes, mi estimado hermano, es que: ¡no puede importarme menos!
Me arrastro –cual molusco viscoso y mal oliente- hasta la tina. Abro la llave y siento como algunos litros de agua helada –que poco a poco va volviéndose cada vez más caliente- empapan mi cuerpo provocándome pequeños orgasmos de placer cuasi-sexual.
Cómo siempre no sé que ponerme. Elijo el primer pantalón que encuentro y alguna blusa que no se vea demasiado arrugada. No hay otra opción. Es por eso que odio el verano. Más que el calor infernal, más que el bochorno, más que el sudor anegándome el rostro y arruinándome el maquillaje odio no poder vestirme como más me gusta: con camisetas oscuras y ceñidas de mangas largas y cuellos altos, sacos largos, extensas bufandas y botas de tacón alto.
Espero ansiosa que llegue el otoño.
Y mientras tanto me pregunto –por enésima vez-: ¿cuándo voy a encontrar al verdadero amor de mi vida?
Cuándo voy a encontrar a ése príncipe azul que me dé todo lo que estoy esperando. Quizás nunca. Quizás estoy hecha para encontrarme con los tipos equivocados. Quizás, indefectiblemente, esté hecha para morir vistiendo santos.
Entonces aparece G y mi mente perversa, complicada e infantil evalúa la posibilidad de que G sea el hombre correcto, el hombre que había estado buscando, el hombre que había estado esperando.
Pero me equivoco. G no es para mí. Lo supe desde un principio. Lo sé ahora. Lo sabré siempre.
G no me ama: cree amarme. A G le gusto, lo atraigo, -incluso- lo puedo hacer perder los papeles; pero no me ama, me desea.
G, al igual que casi todos los hombres del planeta, es increíblemente fácil de manipular. Lo quieres cerca: no lo llames. Quieres que se canse de ti: llámalo todo el día y hazle saber lo enamoradísima que estás de él. Es la ley de la oferta y la demanda señores, tan simple como eso. A mayor oferta de amor, menor valor del mismo.
Entonces finjo. Finjo que nada me afecta. Finjo que no me importa que me prometa llamarme y no lo haga –o que lo haga diez millones de horas después-. Finjo que no lo necesito. Finjo que no me hace falta. Finjo que soy una tonta y no me doy cuenta de lo que pasa, de lo que esconde y de lo que finge. Incluso finjo que no lo quiero.
Y bien podría seguir así. Y bien podría continuar haciéndome la tonta, pretendiendo creerle cuando dice que me ama. No sé si lo haga. No sé si tenga los huevos para dejarlo. No sé ni siquiera si a lo mejor merezco ésta situación. Sólo sé que no me siento lo suficientemente cuidada, lo suficientemente atendida, lo suficientemente amada.
Solo sé que G, definitivamente, no es lo que yo busco, lo que yo quiero, lo que yo –creo que- merezco.
“Ojala la falta de amor se pudiera solucionar como la falta de sexo… Ojala pudiera masturbarme el corazón.”
*No recuerdo dónde lo leí, mil disculpas al autor.
2 comentarios:
"camisetas oscuras y ceñidas de mangas largas y cuellos altos"... cuando has usado tu CUELLOS ALTOS??? eso no es cierto!!! nunca!! ni en otoño ni en verano ni en primavera ni en invierno...- si hubiera otra estacion tampoco lo harias.
Pdta: tal vez si dejaras de buscar a tu principe azul este llegaria por si solo. Deja de idealizar al hombre perfecto y quierete a ti para querer a otros...
A veces suele suceder eso, cuando a veces esperas a "alguien",ese "alguien" no llega..paciencia...todo en su momento y a veces cuando menos lo esperas..saludos...
p.d Te lei por el enlace que pusiste en el blog de busco novia ...
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