martes, 28 de abril de 2009

One more time... G


G: Y esa encuesta de tu blog... es vinculante??

Yo sonrío.

Lo siento, mis estimados lectores. Sé que en algún momento afirmé que no tomaría ésa decisión y que se las dejaba a ustedes -por lo que publique la encuesta que pueden ver a su derecha-.

Sin embargo, como siempre, hice lo que me dio la gana.

Volví con G. O talvez nunca terminamos, quién sabe. El hecho es que, desde hace unos días, G y yo somos "novios" -por así decirlo- otra vez. Si, ya sé que "novios" es un término demasiado formal y claramente G y yo no estamos en ése nivel.

Es más, ¿en qué nivel estamos?

Como sea. G y yo hemos vuelto a "estar". Y cuando hablo de "estar" léase vernos bastante seguido, salir a tomar algo de vez en cuando y disfrutar de algunas tardes, noches o madrugadas de placeres censurados para el publico en general.

Son las 6 am y G conduce hacia mi casa. Yo -muerta de sueño- hago cualquier comentario estúpido en un intento por mantenerme despierta y acompañarlo en el recorrido.

G está ligeramente celoso -o eso quiere aparentar, a estas alturas me es difícil creerle algo- por un mensaje de texto anónimo de un seudo "admirador secreto".

Me es difícil creer en sus palabras. Me es difícil creer en él. Y sin embargo, ya no me importa tanto como solía importarme. Lo quiero, no hay duda. Pero me pregunto si en realidad él es lo que quiero para mí.


(*) Foto que me tomo G mientras tomábamos unos tragos.

sábado, 18 de abril de 2009

De los Cumpleaños O.o°



-¿Puedo tomar su orden, señorita?


- Ah… emm... Tráeme una limonada, por favor. En un rato te pido algo más. Gracias.


Con ese comentario me gano una mirada de desprecio de mi padre y algo de incomodidad en la mesa.


Es cumpleaños de K y nos ha obligado a reunirnos con él en un –muy conocido y respetado- restaurant de parrilla argentina.


Son las 8 de la noche y debería estar sentada en un salón de la universidad -donde estudio o pretendo estudiar- escuchando alguna clase. Sin embargo, estoy bebiendo una copa de vino en un local de Miraflores mientras mi progenitor me pregunta qué voy a pedir.


-No sé papá. Estoy a dieta. Además, comer carne a esta hora me va a caer pesado.


Todos me miran mal.


-No seas espesa pues! Ya vas a malograrnos la cena.


Me dirijo al mesero.


-Tráeme unas brochetas, por favor.


Rompí mi dieta. Rompí la dieta a la cual me había costado tanto acostumbrarme. Rompí mi dieta solo porque a mi calzonudo hermano mayor se le antojo que todos en la “familia” cenásemos juntos esa noche.
(*) Foto que nos tomó la enamorada de K antes de retirarnos del local. Notese mi rostro risueño.


Eso de los cumpleaños me pone de mal humor. Y no es que sea una amargada –bueno, quizás si-, pero me molesta que la gente crea que todo tiene que adecuarse a ellos simplemente porque es su onomástico.

Claro, tampoco es que ellos deban adecuarse a los demás. Es solo que el hecho de que sea tu cumpleaños no debería obligar a tus allegados a cambiar sus planes por ti. Si quieren hacerlo, bien –así te demostrarán cuanto les importa y si eres una prioridad o no en sus vidas-. Si no, debería darnos totalmente igual.

Odio los cumpleaños. Bueno, en realidad, odio MIS cumpleaños. En los de las demás personas suelo pasarlo bastante bien –sobre todo en los de mis amigos-.

Cuando el cumpleaños no es mío puedo disfrutar de una buena fiesta sin que las demás personas tengan pendientes los ojos en mí. Es decir, puedo embriagarme hasta quedar inconsciente y nadie lo notará.

Me gustan los festejos ajenos. Es más, soy del tipo de chica que le encanta organizar sorpresas a sus amigos por sus cumpleaños. Disfruto eligiendo regalos originales para mis amigos más cercanos y amo comprar, mandar a preparar o hacer yo misma tortas de cumpleaños para después embarrarlas en la cara de los festejados al tiempo en que todos gritan: “mordida, mordida”.

Sin embargo, cuando se trata de mi cumpleaños todo cambia radicalmente. Odio las fiestas sorpresa –que nunca son sorpresa-, sobre todo porque están llenas de gente que no tengo ganas de ver, que no me caen o que simplemente no conozco.

Odio que me canten “Happy Bithday” mientras todos aplauden al ritmo de la tonada y yo finjo una sonrisa agradecida. Odio que me exijan que pida un deseo –cuando no imaginan que mi único deseo en ese momento es que desaparezcan- y me obliguen con eso a cerrar los ojos 4 segundos –fingiendo desear algo sumamente interesante cuando en realidad, pánfilamente, solo cuento hasta 4 para complacer al público- y soplo débil y torpemente las incontables velitas del pastel.

Odio mis cumpleaños porque días antes me embarga una sensación de molestia e incomodidad y empiezo a deprimirme sin motivo alguno.

Odio mis cumpleaños porque me recuerdan que cada año que pasa estoy más vieja, más gorda, con menos amigos y con menos jale.

Odio que la gente me pregunte “¿Qué vas a hacer por tu cumpleaños?” como si -sólo por el hecho de ser mi cumpleaños- estuviese exonerada de trabajar, ir a clases, rendir exámenes o asistir a las sesiones de la asociación.

Odio mis cumpleaños porque cada año llega a mi casa un número cada vez más pequeño de amigos del colegio y me doy cuenta de que pronto ya no podré llamarlos “amigos”.

Odio mis cumpleaños porque –por alguna extraña razón- ese día me siento el ser más miserable del universo.

Odio mis cumpleaños porque sé que éste año –al igual que los últimos 4- nadie me llamará por la mañana a decirme: “Feliz cumpleaños mi amor”.

Odio mis cumpleaños porque tengo malos recuerdos de esas fechas.

Odio mis cumpleaños porque el regalo que más quiero es el que sé jamás tendré.

Odio mis cumpleaños porque quisiera estar contigo ése día y sé que probablemente estarás “muy ocupado” o tendrás otras prioridades –ambos sabemos a quién me refiero-.

Odio -hoy más que nunca- mi cumpleaños porque solo quedan 72 horas para que llegue “el día” y su cercanía me produce nauseas, dolor de cabeza y ganas de llorar.

Este martes 21 lo único que quiero es embriagarme hasta perder la conciencia. Este martes 21 lo único que quiero es que ya sea 22!.

lunes, 6 de abril de 2009

-Día Vomitivo-


¡Estoy harta! ¡Hoy seré grosera! ¡Hoy escribiré desprolija! Hoy no me interesa lo que usted, mi estimadísimo lector, opine de mí.


Llegué –como nunca- tempranísimo a la oficina. Pero, como debí imaginar, no había nadie. ¡Claro! ¡Típico en mi, que creo que todo gira alrededor mío! Como yo tengo mucha chamba pendiente, creo –errónea e ilusamente- que todos llegarán igual de temprano que yo. ¡Pues no! ¡Ni la recepcionista ha llegado!


Enciendo el monitor de mi computador y me encuentro con –aproximadamente- unos 10 correos electrónicos –la mayoría recordándome la cantidad exorbitante de trabajo que tengo acumulado-.

No me molesta demasiado. Me gusta mucho mi trabajo y disfruto enormemente haciéndolo. Además, estar bajo presión me ayuda a hacerlo mejor.


Paso el día trabajando y, a pesar de que el cansancio y el estrés empiezan a abrumarme, hoy nada puede mermar mi buen humor.

¿Por qué?, se preguntarán ustedes. ¿Qué opiáceo puede tener de buen humor a ésta muchachita amargada, ansiosa y carente –desde hace un tiempo bastante largo- de atención sexual?


Pues –para variar- nada más y nada menos que un hombre. No podía ser de otra manera. Ilusos aquellos que pensaron que se podría tratar de otra cuestión.

Hoy es mi primera clase con Darío.

Darío –docente de la universidad donde hago las veces de estudiante- fue mi profesor en alguna ocasión no muy lejana. Durante el semestre en que me dictó largas horas de clase –en las cuales yo fingía escucharlo cuando en realidad no hacía otra cosa que verle el trasero- desarrollé una fuerte atracción –intelectual y sexual- por él. No hace falta decir que él jamás correspondió a mis infructuosos intentos de seducirlo por lo que, al final, lo único que logré obtener de él fue una bonita y sincera amistad.


¡Hoy volveré a verlo! Me he matriculado en un curso –que no pertenece a mi carrera, pero que llevo en honor a una “especialidad” que estoy haciendo- en el cual Darío es mi nuevo profesor.

Como amigo, Darío es genial. Como profesor: ¡es extraordinario! Siempre tuvo la paciencia para explicarme lo que mi –estrecho, reducido y cuadriculado- cerebro de abogada no entendía acerca de números, fórmulas y flujos.


Entonces –nuevamente, como nunca- llego temprano a la clase. No hay nadie -¡vaya novedad!-. Abandono mi cartera, mis copias, mi cuaderno y el expediente que estoy trabajando en el salón de clases para sentarme en la escalera del pabellón y hablar tranquilamente por teléfono.

Súbitamente, llega Darío. Me saluda –y creo que nota lo feliz que me hace volver a verlo-. Entramos juntos al salón de clase y mientras yo me acomodo en una carpeta –lo suficientemente cercana a su escritorio como para que no tenga que encoger los ojos cada vez que quiera ubicarme con la vista durante la clase pero, a la vez, lo suficientemente lejana a su escritorio como para que no note los charcos de baba que inundan mi carpeta cada vez que el habla- me cuenta como le ha ido estos días.

No llevamos ni 5 minutos conversando cuando de pronto entra una pandilla de mocosas –está bien, quizá no tan mocosas- armando tremendo alboroto. Creo que no tuve el tiempo suficiente para reaccionar ante el grupete de féminas cuando me dí cuenta de que una de ellas –una chica no muy alta, trigueña y de rostro no demasiado agraciado pero tampoco lo suficientemente desfigurado como hubiese deseado yo- se encontraba colgada del cuello de Darío! La muy licenciosa había saltado –cual primate en celo- sobre mi profesor, cuasi-ahogándolo con los besos que le suministraba sin el menor respeto por el público presente.


Una vez que ya le había decorado el rostro con lápiz labial barato y se había encargado de impregnar su perfume vomitivo en la camisa de mi –tan atractivo- mentor, tomó asiento en la carpeta más cercana a él y le sonrió de la manera más descarada, burda y sin clase que he visto en mi vida.

Darío le devolvió la sonrisa algo atónito, pero prefirió ignorar el episodio y comenzar la lección del día.

Mientras el resto de alumnos llegaba me fui dando cuenta de que, en aquel endemoniado curso, se habían inscrito también una –nada pequeña- cantidad de amigos de SPRTN -el ex novio de quien hablé en posts anteriores-.


La incomodidad se hizo cada vez más fuerte y durante varios momentos tuve ganas de salir corriendo del salón e irme a casa a llorar –cual protagonista de alguna novela mexicana de bajo presupuesto-.

El sólo hecho de pensar que compartía un espacio tan reducido –como es un salón de clases- con un grupo de gente que, muy probablemente se había burlado de mi en más de una ocasión mientras que SPRTN les contaba lo perdedoramente enamorada que estuve de él y la cantidad de estupideces que fui capaz de hacer en nombre de ese “amor”, me producía una mezcla de claustrofobia, mareos y ganas de vomitar –de vomitar encima de la feladora que se había arrojado encima de Darío, por supuesto-.


Encima de todo, el porcentaje de estudiantes ováricas –léase, portadoras de ovarios- era increíblemente grosero. El 90% del alumnado era femenino. Y ya todos sabemos lo competitivo que es el ambiente femenino. Me sentí reprimida, intimidada, disminuida. Me sentí –casi, casi- como la lentejita marrón de la propaganda de lentejas D'onofrio. Me encontraba fuera de lugar. No solo estaba sola contra todos ellos, sino que estaba en SU cancha, en SU territorio. Así que, al igual que los camaleones, decidí camuflarme y pasar desapercibida en salvaguarda de mi propia supervivencia.


Aguanté. Reprimí mis deseos de huir de aquel monstruoso ambiente y resistí –con casi la misma intensidad con la que se resiste una sesión de depilación con cera- hasta el final de la clase.


Pero cuando pensaba que NADA peor podía pasar, ocurrió. Darío concluyó la clase y pidió a todos que formen grupos para la elaboración de un trabajo cuya presentación sería la última semana de clases. Entonces, como era previsible, se armó una alharaca incontrolable en la que todos querían “hacer grupo” con sus amigos más cercano. Claro está que yo ahí no tenía ningún amigo cercano, es más, no tenía ningún amigo, conocido o similar. Lo más cercano a un “pata” que tenía en ése salón de clases se encontraba en mi cartera esperando a ser fumado apenas abandone el recinto universitario.


Para terminar de arruinar mi vida –porque cuando vienen cosas malas no vienen solas- Darío comunica a la clase que necesita un “delegado”. Probablemente no había terminado de pronunciar la palabra “delegado” cuando la accesible y canina muchachita de tez trigueña de quien escribí líneas arriba ya había levantado su mano auto-proponiéndose.


“¿Alguien quiere proponerse? Porque hay una voluntaria” pregunta Darío a la clase.


La posibilidad de auto-proponerme cruza mi mente por medio segundo para después ser opacada por una imagen de elecciones a mano alzada en la que ella obtenía todos los votos –y cómo no si son todos sus amigos- mientras yo quedaba en ridículo una vez más. La clase termina y abandono el salón rápidamente y sin mirar atrás, por lo que choco torpemente con un par de muchachos en el pasadizo.

Apenas subo al taxi que me conduciría hasta mi departamento empiezo a sollozar de una manera incontrolable, ridícula, indignante. Lo peor de todo es que mi maquillaje se arruina y al llegar a mi casa me encuentro con una reunión de muchachos –algunos bastantes atractivos- en mi sala. Saludo intentando no mirar muy de frente para ocultar mi rostro llovido. Me apropio de un par de cervezas heladas y me encierro en mi dormitorio a seguir trabajando. Definitivamente éste no ha sido mi mejor día.

Odié éste día. Odié ésa maldita clase! Y, sobre todo, odio a la resbalosa de mi compañera de curso.


El único consuelo que me queda es que deseo -con todas mis fuerzas- que la desquiciante muchachita de quien les hable sea verdaderamente Tonta! O, por lo menos, lo suficientemente descerebrada como para no atraer a Darío -en realidad, siendo sinceros, espero que sea sub-normal la muchachita ésta-. Y, más que todo en el mundo, espero que a Darío no le parezca atractiva.



PS: Respetadísimo e inexistente lector, le pido sepa disculpar la vulgaridad del presente post.


NOTA: Escuché ésta canción y no pude evitar pensar en mi simpatiquísima compañera de estudios. Les dejo el link:

http://www.youtube.com/watch?v=FgxJGyweSGI