jueves, 27 de agosto de 2009
El error más hermoso
martes, 18 de agosto de 2009
El regreso y despedida de A.
Qué mal te queda ese color, dice A resuelto. Te vez amarillenta.
Yo mientras tanto no puedo despegar los ojos del pequeño juego de mis dedos y la antena de mi nextel.
Estamos sentados en un otrora concurrido café y acabamos de vernos luego de algún tiempo.
Se burla de mi corte de pelo –quién no- y me cuenta alguna tontería.
“Ya son las 10. Me tengo que ir”, concluye tranquilamente y yo no puedo más que responder un ahogado “ok” sin quitar la vista de mis manos.
“Me gustaría llevarte a tu casa pero… no quiero que pase nada. Ya sabes.”
Claro que sé, pienso y sin embargo no respondo.
-¿Te acompaño a tomar un taxi?
-Me quedo, gracias.
-Lo siento, me dice algo apenado y se levanta para darme un beso en la cabeza y marcharse.
No tengo idea de cuánto tiempo pasé mirando mis dedos y llorando sin parar.
Siento que me muero, siento que algo dentro de mí se desgarra lentamente. Siento que no puedo parar de llorar.
Las luces se apagan y caigo en la cuenta de lo tarde que es. Entonces llamo a SPRTN.
-Aló??
-Hola, ¿Qué haces?
-Camino a la noche de Barranco.
-Ah… bueno, fue.
-¿Qué? ¿Qué pasa?
-Nada. Siendo sincera quería tirar pero no puedes así que ya fue. Hablamos.
Soy una puta, ¿no? Bueno, no tengo que decirlo para que se den cuenta.
A me dejó, terminó conmigo –si es que alguna vez hubo algo, claro está-.
Me duele. Me duele enormemente. Me duele físicamente.
Me enamoré como una estúpida, como si no supiera lo mal que me iba a ir. Me enamoré pánfila, calzonuda, torpemente. Me enamoré perdidamente. Me enamoré y ahora siento que se me desgarra el alma.
A por fin ha caído en la cuenta de lo peligroso que era todo esto, de lo mucho que arriesgaba y de lo poco –muy, pero muy, pero muy poco- que estaba recibiendo a cambio. No vale la pena arriesgar tanto por tan poco, no lo culpo.
No lo culpo y sin embargo no puedo evitar que me duela tanto, que me duela físicamente, que me duela letalmente. No puedo evitar que me haga daño verlo, que me haga daño hablarle. No puedo evitar amarlo como lo amo.
En verdad espero que sea feliz, que sea pleno. Espero que logre todo lo que quiere, que sea dichoso y que la vida le de lo que se merece: felicidad.
Espero que piense en mí aunque sea una vez y me recuerde linda, sonriéndole.
lunes, 17 de agosto de 2009
El peor corte de pelo
Estoy a punto de dormir. Tirada, cual sapo verde y viscoso, sobre mi cama caigo en la cuenta de que ya deben de ser casi las 11 de la noche y, para variar, no estoy de juerga. No señores, no. Es viernes por la noche y no me estoy embriagando en algún antro de lima, sino que –contra todo pronóstico- estoy recostada sobre mi cama leyendo por quinta vez el penúltimo libro de la saga de Harry Potter.
Pienso -solo para torturarme-en lo mucho que debe estar divirtiéndose A y, claro, en lo mucho que debe haber tirado estos días. Porque, sin duda, cuando uno se va de viaje a otro país –ya sea solo o acompañado- eso es lo que hace: tirar. En fin. Interrumpo mi intelectualísima lectura y me preparo para dormir cuando, de pronto, suena “Yo te diré” de Miranda, canción predestinada en mi celular para las llamadas de A y para mi despertador matutino.
Puto despertador, pienso sin caer en la cuenta de que no puede ser mi despertador ya que es casi media noche. Rápidamente busco mi teléfono y al encontrarlo siento como mi corazón se detiene por dos segundos y luego empieza a palpitar el triple de rápido de lo habitual.
Es A.
Sujeto fuertemente mi teléfono y salgo corriendo hacia la sala para contestar con un emocionado “hola” que parece intimidarlo. Hablamos durante un buen rato y al colgar estoy tan excitada de la emoción que no puedo cerrar los ojos en toda la noche. A la mañana siguiente la felicidad no se me puede borrar de la cara e incluso algunos de mis amigos más cercanos se atreven a preguntar si me he echado un polvo matutino, por lo radiante de mi sonrisa.
Quiero -necesito- ser la niña más linda del mundo para el lunes en la noche, momento en el cual-por fin- volveré a ver a A. Es así que acudo presurosa a “Toque X”, un centro de belleza ubicado en la av. Shell, en Miraflores.
Pido manicure y un corte -como siempre- y mientras que me lavan el pelo pienso en lo linda que me quiero ver para A.
Le indico a la estilista que me recorte las puntas y mantenga la forma de mi corte, así que me relajo mientras ella hace su trabajo. Veo como van cayendo los mechones de pelo en el suelo y –solo por un momento- sospecho que, quizá, esté siendo demasiado. Veinte minutos más tarde y después de haberle pedido que me recorte el acostumbrado flequillo de medio lado, me horrorizo al encontrarme en el espejo con el peor corte de pelo de la historia.
Rompo en llanto.
Soy cualquier cosa menos la guapa mujer que quería ser. Estoy totalmente segura de que A me verá y saldrá corriendo -no lo culpo, yo haría lo mismo-. Soy un monstruo, un elefante de circo gordo y melenudo.
No quiero ver a nadie.
No quiero ver a A.
Muero de vergüenza.
martes, 11 de agosto de 2009
El hombre Perfecto
Llevo años en busca del hombre perfecto y, cada vez que creo haberlo encontrado, algo pasa y termino tirada como un sapo verde y obeso en el sillón de mi departamento, comiendo helado con cucharón sopero y viendo “El diario de Bridget Jones”.
Un día, hace no mucho, me dí cuenta de que el hombre perfecto si que existe.
El hombre perfecto es tan solo un año mayor que yo y lleva casi 2 años tratando de conquistarme. El hombre perfecto es alto, de cabello negro azabache y ojos rasgados. El hombre perfecto es un buen estudiante, un excelente hijo y el mejor de los amigos. El hombre perfecto conquistó a mis padres apenas los conoció. El hombre perfecto es amigo de mis amigos y camarada de mis hermanos.
El hombre perfecto es solvente, viene de una buena familia y es muy bien educado. El hombre perfecto jamás demuestra si está celoso, nunca me prohíbe nada, siempre acepta con una sonrisa mis caprichos más excéntricos y, definitivamente, moriría antes de hacerme daño. El hombre perfecto me ha perdonado los mil y un desplantes que le he hecho y siempre regresa a mi, aunque sea yo quien tuvo la culpa.
Lamentablemente, el hombre perfecto es “tan perfecto” que lo siento inhumano, es “tan perfecto” que no siento nada por el.
Quisiera poder enamorarme del hombre perfecto, del hombre que siempre he deseado, del hombre que siempre he soñado. Y sin embargo, a pesar de que existe y que tengo –quién sabe como- la suerte de que esté enamorado de mi, no puedo –por más que intento- enamorarme de él.
Estoy enamorada, si. Pero estoy enamorada del hombre más imperfecto del mundo.
El hombre que amo es casi 20 años mayor que yo y me tomó varios meses lograr que se fije en mi. El hombre que amo tiene una hermosa cabellera entrecana y ojos color del tiempo –que me derriten cada vez que me mira-. El hombre que amo apenas conoce a mis hermanos y no es del agrado de mis amigos. El que amo no conoce a mis padres y nunca los conocerá.
El hombre que amo es un animal y lo amo cada vez que se comporta como tal. El hombre que amo se pone histérico de celos si salgo con otro tío a pesar de que no tiene derecho a reclamarme nada. El hombre que amo discute conmigo, me hace entrar en razón y –a veces adrede y a veces sin querer- me hace sufrir. El hombre que amo es el motivo de todas mis lágrimas. El hombre que amo parece haberse olvidado de mí y estoy cada minuto más enamorada de él.
El hombre que amo no es para mí y, definitivamente, yo no soy para él.
El hombre que amo no es el hombre perfecto, es el hombre que amo.