¿Qué haces cuando la principal razón de tu felicidad es también la principal razón de tus sufrimientos?
¿Qué haces cuando te das cuenta de que la persona que amas no es para ti, pero aún así no la puedes dejar?
¿Qué haces con esos amores perniciosos, dañinos, nocivos?
Ya no sé si en realidad estoy enamorada de G.
Cómo puedo estar realmente enamorada de una persona que me hace tanto daño, a quien parecen no importarle mis sentimientos, mi sufrimiento, mi desesperación.
G se comporta como un canalla y yo ya no sé si lo que siento por él es amor, deseo o si se trata de un capricho adolescente.
Cuál es la lógica de seguir con alguien cuyo amor te hace inmensamente desdichada.
G no es capaz de darme lo que necesito –aunque en realidad no estoy segura de si, todo eso que le demando, lo necesito o simplemente lo quiero-. Quiero atención, quiero compromiso, quiero seguridad, quiero amor verdadero, quiero sexo desenfrenado, loco y pasional. Esto último es –lamentablemente- lo único que G está en condiciones de darme.
Estoy condenada.
No tengo mayores opciones.
“Todos los caminos llevan a Roma”, dice un conocido proverbio y parece que a mí esa frase me cae a pelo.
Tome la decisión que tome –si es que llego a tomar alguna-, inevitable e ineludiblemente terminaré de la misma manera: devastada, arruinada, consumida.
Si sigo con G, mi vida seguirá llena de dudas, de mentiras, de amargura. Seguir con G es condenarme a una vida llena de dolor, a una vida triste, a una vida deplorable.
Terminar con G, en cambio, es morir. Morir trágica y dolorosamente. Terminar con G es ponerle fin a todo, incluso a mi misma. Como dije, terminar con G es morir.
Cómo decidir entre esas dos opciones que –evidentemente- ni siquiera son opciones.
G se está llevando consigo mis fuerzas, mi juventud, mi alegría. G se está llevando mi vida y, sinceramente, creo que no la quiero de vuelta.