Camina hacia mí.
Camina con ésa forma tan suya de caminar.
Camina pretendiendo lucir relajado, lucir “bacan”, lucir “cool”.
Me acerco a él y lo saludo con un beso en la mejilla. Hace un par de horas quedamos en encontrarnos en ése otrora concurrido lugar. Lo veo y me siento inevitablemente atraída. Empezamos a caminar juntos mientras le comento alguna tontería y me siento desprolija al hablar. Mido mis palabras, no quiero quedar como una tonta. No pasan más de 3 minutos para que recuerde con quién estoy y lo cómoda que me siento a su lado. Entonces me pregunta cómo estoy y no puedo evitar quejarme de algo –como siempre-. Me dice que su día tampoco ha sido muy bueno. Sonrío. Él se mantiene serio.
Nos ponemos al tanto de cómo nos ha ido –hace varios días que no nos vemos, a pesar de que no hasta hace mucho solíamos vernos interdiariamente-. Lo he extrañado, pero decírselo sería demasiado revelador. Conversar con él es siempre entretenido. Nunca la había pasado tan bien conversando con alguien como con él. Es especial –debo admitirlo-. Es, en sus palabras, muy parecido a mí (¿O debería decir que yo soy muy parecía a él?).
Llegamos a su auto y, muy caballerosamente –actitud un tanto extraña en él-, me abre la puerta. Espero a que se monte –en el auto, por supuesto- y partimos rumbo a mi casa. No, no, mis malpensados –y un tanto morbosos- lectores, me lleva a mi casa con el firme propósito de dejarme en la puerta y ver que entre sana y salva.
Camino a mi departamento discutimos, como siempre. Casi nunca pensamos igual y si, por alguna casualidad del destino, lo hacemos, probablemente finja no estar de acuerdo sólo para darle la contra.
Llegamos a la puerta de mi edificio. Se estaciona. Me habla acerca de una fijación –bastante sexual- suya por los pies descalzos. Bromeamos. ¡Me gusta tanto hablar con él! Lo veo y me siento fatalmente atraída. Varios demonios debaten en mi fuero interno. Muero por abrazarlo –dicho propiamente, que me abrace-.
Entonces suelta –de porrazo y sin anestesia- una frase que me derrite, que me deshace, que me disuelve -como hostia en el paladar, aunque de una manera menos sagrada-:
“Estás de buen humor, ¿no?”
“¿Por qué?”
“Porque estás muy guapa hoy”
¡Piensa que soy guapa! –o tal vez me engaña cruelmente-. Sonrío timorata, pávida, incrédula. Sonrío estúpidamente, torpe como yo sola.
Llega la hora de despedirme y muero –literalmente- por besarlo. Abro la puerta del auto y, por medio segundo, dudo. Quiero voltearme y romperle la boca.
“¿Qué pasa? ¿Me quieres decir algo?”
“Si, te quiero decir algo.”
Y me bajo, sin más ni más.
Abro la puerta de mi edificio y giro para verlo. Decido que simular un beso en el aire –algo así como un piquito a la nada- no resulta demasiado indecoroso. Me responde con un gesto gemelo.
Subo a mi habitación y no dejo de pensar él, aunque sé que nunca –jamás- será mío. ¡Qué complicado eso de auto-limitarnos! ¡Qué complicado eso de portarse bien! ¡Qué complicado eso de hacer lo correcto! Pero empiezo a manejarlo, empiezo a poder con ello. Empiezo a aceptar la idea de que NUNCA podré tenerlo entre mis brazos –léase sábanas-.
“The worst part of liking you.. is that I know you like me”
Camina con ésa forma tan suya de caminar.
Camina pretendiendo lucir relajado, lucir “bacan”, lucir “cool”.
Me acerco a él y lo saludo con un beso en la mejilla. Hace un par de horas quedamos en encontrarnos en ése otrora concurrido lugar. Lo veo y me siento inevitablemente atraída. Empezamos a caminar juntos mientras le comento alguna tontería y me siento desprolija al hablar. Mido mis palabras, no quiero quedar como una tonta. No pasan más de 3 minutos para que recuerde con quién estoy y lo cómoda que me siento a su lado. Entonces me pregunta cómo estoy y no puedo evitar quejarme de algo –como siempre-. Me dice que su día tampoco ha sido muy bueno. Sonrío. Él se mantiene serio.
Nos ponemos al tanto de cómo nos ha ido –hace varios días que no nos vemos, a pesar de que no hasta hace mucho solíamos vernos interdiariamente-. Lo he extrañado, pero decírselo sería demasiado revelador. Conversar con él es siempre entretenido. Nunca la había pasado tan bien conversando con alguien como con él. Es especial –debo admitirlo-. Es, en sus palabras, muy parecido a mí (¿O debería decir que yo soy muy parecía a él?).
Llegamos a su auto y, muy caballerosamente –actitud un tanto extraña en él-, me abre la puerta. Espero a que se monte –en el auto, por supuesto- y partimos rumbo a mi casa. No, no, mis malpensados –y un tanto morbosos- lectores, me lleva a mi casa con el firme propósito de dejarme en la puerta y ver que entre sana y salva.
Camino a mi departamento discutimos, como siempre. Casi nunca pensamos igual y si, por alguna casualidad del destino, lo hacemos, probablemente finja no estar de acuerdo sólo para darle la contra.
Llegamos a la puerta de mi edificio. Se estaciona. Me habla acerca de una fijación –bastante sexual- suya por los pies descalzos. Bromeamos. ¡Me gusta tanto hablar con él! Lo veo y me siento fatalmente atraída. Varios demonios debaten en mi fuero interno. Muero por abrazarlo –dicho propiamente, que me abrace-.
Entonces suelta –de porrazo y sin anestesia- una frase que me derrite, que me deshace, que me disuelve -como hostia en el paladar, aunque de una manera menos sagrada-:
“Estás de buen humor, ¿no?”
“¿Por qué?”
“Porque estás muy guapa hoy”
¡Piensa que soy guapa! –o tal vez me engaña cruelmente-. Sonrío timorata, pávida, incrédula. Sonrío estúpidamente, torpe como yo sola.
Llega la hora de despedirme y muero –literalmente- por besarlo. Abro la puerta del auto y, por medio segundo, dudo. Quiero voltearme y romperle la boca.
“¿Qué pasa? ¿Me quieres decir algo?”
“Si, te quiero decir algo.”
Y me bajo, sin más ni más.
Abro la puerta de mi edificio y giro para verlo. Decido que simular un beso en el aire –algo así como un piquito a la nada- no resulta demasiado indecoroso. Me responde con un gesto gemelo.
Subo a mi habitación y no dejo de pensar él, aunque sé que nunca –jamás- será mío. ¡Qué complicado eso de auto-limitarnos! ¡Qué complicado eso de portarse bien! ¡Qué complicado eso de hacer lo correcto! Pero empiezo a manejarlo, empiezo a poder con ello. Empiezo a aceptar la idea de que NUNCA podré tenerlo entre mis brazos –léase sábanas-.
“The worst part of liking you.. is that I know you like me”
11 comentarios:
ayy nooo!!!....al diablo con lo correcto!!! jajaja mntira.....me divierte leert ahora mas q antes, es JP no me caia, jaja escribe mas seguido ps...siempre toi chekando q hayas escrito!!.cuidt un besot
Mi querida Carlita:
Me gustaría saber quién eres. Gracias por comentar.
Estoy pasando por una -esperemos breve- fase en la cual pretendo ser una buena persona y hacer lo correcto, es por eso que pongo todo mi empeño en controlar mis -carnales y bajos- instintos con respecto a Aleph.
Ahora.. necesito que me respondas algo: ¿Por qué no te caía JP? Muero por saberlo!!
Gracias por checar mi bolg..
Un beso inmenso!
Y sin embargo a mi ese JP me caía bien... extrañamente me recuerda a alguien que conocí alguna vez.
Ja! ahora solo falta que sea la misma persona, no sería muy kg de risa?
Si que lo sería, mi estimado Aleph. Y como sabemos, todo es posible. Lima es un pañuelo. Probablemente sea la misma persona, qué se yo!
Espero que -luego de leer éste post que, con mucho cariño, te dediqué- no haya cambiado tu opinión acerca de mi.
Un beso,
Mira, qué te diré... yo no pretendo ser un bacán, lo que quiero es que la gente no se entere de lo imbécil que puedo llegar a ser... y a veces me pregunto si lo que te parece interesante es esa capacidad tan desarrollada de ser un perfecto imbécil.
Mi opinión acerca de tí cambia constantemente... cada vez es mejor.
ohhhh....me muero!!!!...no dire nada mas pro noc xq me interesa mucho muchito como terminara todo esto!!!....tienes raxon sigue en lo correcto.....!!!!s lo mjor...x ahora!!! jajaja....stare atenta a como termina todo...!!! un beso
que lastima que uno se da cuenta de las cosas cuando las pierde, TE AMO. Y por supuesto no te pido que regreses a mi, porque segurametne te haria daño, pero eres sencillamente ESPECTACULAR, felicitaciones Princesa, ojala la vida te de la suerte de tener todo, solo estoy seguro de dos cosas una, que no soy la persona para hacerte feliz, la otra TE AMO
Carlita:
Me halaga -no imaginas cuanto- que me digas que estás atenta a mi blog.
En cuanto a cómo terminará "todo esto", pues... no existen muchas posibilidades.
Aleph y yo nunca podremos ser algo más que amigos, lo cual no es demasiado malo pues el Aleph "amigo" es algo más que genial.
A pesar de eso, no puedo evitar que me guste de una manera un tanto alarmante; porque, para envidia de todas mis lectoras -¿cuáles?-, Aleph es un hombre sumamente atractivo.
En fin... Reitero mi pregunta: ¿Por qué no te caía JP?
Un beso!
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! lo siento ... me tomare la molestia de comentar ESTE post solo x todos los infinitos comentarios! AAAAJJJ! basta, G! (lo siento, se llama LIBERTAD DE EXPRESION) y ... bueno no dire nada de Aleph (no xq no quiera sino xq... ya pues, esto es inaudito) bueno... te amare toda la vida entera, d acuerdo? MADUREMOS, mi reina! adios a TODOS y cada uno de aquella raza masculina! dios! ya bueno, de ahi hablaremos mejor! love ya!
Vaya sabia que las perras emo eran bien perras pero no pense que eran tan publicas.
Te equivocas, mi estimado lector.
No soy -para nada- emo.
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