martes, 18 de agosto de 2009

El regreso y despedida de A.


Qué mal te queda ese color, dice A resuelto. Te vez amarillenta.


Yo mientras tanto no puedo despegar los ojos del pequeño juego de mis dedos y la antena de mi nextel.


Estamos sentados en un otrora concurrido café y acabamos de vernos luego de algún tiempo.


Se burla de mi corte de pelo –quién no- y me cuenta alguna tontería.


“Ya son las 10. Me tengo que ir”, concluye tranquilamente y yo no puedo más que responder un ahogado “ok” sin quitar la vista de mis manos.


“Me gustaría llevarte a tu casa pero… no quiero que pase nada. Ya sabes.”


Claro que sé, pienso y sin embargo no respondo.


-¿Te acompaño a tomar un taxi?


-Me quedo, gracias.


-Lo siento, me dice algo apenado y se levanta para darme un beso en la cabeza y marcharse.


No tengo idea de cuánto tiempo pasé mirando mis dedos y llorando sin parar.


Siento que me muero, siento que algo dentro de mí se desgarra lentamente. Siento que no puedo parar de llorar.


Las luces se apagan y caigo en la cuenta de lo tarde que es. Entonces llamo a SPRTN.


-Aló??


-Hola, ¿Qué haces?


-Camino a la noche de Barranco.


-Ah… bueno, fue.


-¿Qué? ¿Qué pasa?


-Nada. Siendo sincera quería tirar pero no puedes así que ya fue. Hablamos.


Soy una puta, ¿no? Bueno, no tengo que decirlo para que se den cuenta.


A me dejó, terminó conmigo –si es que alguna vez hubo algo, claro está-.


Me duele. Me duele enormemente. Me duele físicamente.


Me enamoré como una estúpida, como si no supiera lo mal que me iba a ir. Me enamoré pánfila, calzonuda, torpemente. Me enamoré perdidamente. Me enamoré y ahora siento que se me desgarra el alma.


A por fin ha caído en la cuenta de lo peligroso que era todo esto, de lo mucho que arriesgaba y de lo poco –muy, pero muy, pero muy poco- que estaba recibiendo a cambio. No vale la pena arriesgar tanto por tan poco, no lo culpo.


No lo culpo y sin embargo no puedo evitar que me duela tanto, que me duela físicamente, que me duela letalmente. No puedo evitar que me haga daño verlo, que me haga daño hablarle. No puedo evitar amarlo como lo amo.


En verdad espero que sea feliz, que sea pleno. Espero que logre todo lo que quiere, que sea dichoso y que la vida le de lo que se merece: felicidad.


Espero que piense en mí aunque sea una vez y me recuerde linda, sonriéndole.


Pero mientras tanto no puedo controlar el dolor dentro en mi pecho. Verdaderamente siento que me muero. Necesito alejarme. Necesito irme. Necesito estar lo más lejos posible de aquí, de él. Esperemos que tenga suerte y pronto pueda decirle adiós a todos sus recuerdos. Esperemos que pronto pueda irme de aquí.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

...el dolor fìsico es algo que se recupera, pero el alma es algo que jamàs arreglas...dudo mucho que lo olvides simplemente cose la herida, aunque por ahora va arder y va doler, y no volverà a ser igual, pero podras mejorar (o al menos eso es bueno pensar)....

k... dijo...

Un día cualquiera se reunieron unos duendes para hacer una travesura.
Uno de ellos dijo: debemos quitarle algo a los hombres, pero, ¿Qué les quitamos?
Después de mucho pensar uno dijo, "¡Ya sé!, vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la puedan encontrar"
Propuso el primero: "Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo", a lo que inmediatamente repuso otro: "No, recuerda que tienen fuerza, alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno ya todos sabrán donde está.
Luego propuso otro: "Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar", y otro contestó: "No, recuerda que tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá algún aparato para poder bajar y entonces la encontrará".
Uno más dijo: "Escondámosla en un planeta lejano a la tierra", y le dijeron: "No, recuerda que tienen inteligencia, y un día alguien va construir una nave en la que pueda viajar a otro planetas y la va a descubrir, y entonces todos tendrán felicidad.
El último de ellos era un duende que había permanecido en el silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás duendes.
Analizó cada una de ellas y entonces dijo: "creo saber donde ponerla para que realmete nunca la encuentren". Todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono: "¿Donde?".
El duende respondió: "La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán". Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así: El hombre se pasa la vida buscándo la felicida sin saber que la lleva consigo.