domingo, 15 de febrero de 2009

Anti V-Day

Catorce de febrero: nunca ha sido un demasiado feliz -por así decirlo- para mí.

De los, no pocos, catorces de febrero que me ha tocado vivir, jamás uno ha sido digno de guardarlo con cariño en mi memoria -bah... ni siquiera en mi diario-.

Por esas casualidades del destino -de las que soy víctima constantemente- nunca, pero nunca, he pasado un día de San Valentín al lado de un novio -enamorado, amante, pareja o como quieran llamarlo-.

Más bien, el -mal llamado- día del amor y la amistad ha sido siempre una excelente oportunidad para deprimirme y recordar lo sola que estoy -afectiva, pasional y sexualmente hablando, claro!-.


Pues sí, estimadísimos -y escasísimos- lectores, formo parte del club anti-sanvalentín. Ése club conformado por solteros y solteras de todas las edades que odian ésta melosa y cursi festividad. Para más información sobre la causa les recomiendo ésta web: http://antivday.com/forum/

Para empezar, ¿Por qué -demonios- lo llaman "el día del amor y la amistad"?

Nadie -absolutamente nadie- se cree eso de que se trate del día de la amistad. ¡Por favor! ¿Quién le regala algo a un amigo en San Valentín? ¡Nadie pues! Eso del día de la amistad es una suerte de premio consuelo para aquellos desafortunados -como yo- que no cuentan con un compañero -no necesariamente del sexo opuesto- con quien intercambiar regalos y visitar algún -seguramente atiborrado- restaurant, cine o pub de moda.

Y eso es lo peor de todo. El catorce de febrero cada establecimiento comercial está full. No encuentras mesas en los restaurants. No encuentras entradas en los cines. Los cafés están llenos de parejitas empalagosas que -sin el más mínimo pudor- andan besándose cual si ésos establecimientos públicos fueran el ascensor de algún hotel de tres estrellas.

San Valentín -a mi criterio- es una escusa para reducir a un solo día los 365 que deberíamos dedicarle a nuestras parejas -si es que las tenemos, claro-. También me parece una escusa para restregarnos en la cara a los solteros y solteras del mundo lo "lindo" que es el amor -que no tenemos-. El "día del amor" me parece una estrategia comercial para aumentar –de manera muy considerable- el porcentaje de ventas en boutiques, perfumerías, chocolaterías y demás.

Y hablando de eso, el mercado te obliga –te hace sentir obligado- a celebrar San Valentín. Cada local al que entras se encuentra perfectamente decorado, ambientado y emperifollado con la temática del amor, lo cual incluye corazones rojos y rosas pegados en puertas, paredes y ventanas además de un sin número de caricaturas de un enano calato con un arco y una flecha.

Y hablando de eso, ¿A qué retrasado –fronterizo, cuadrúpedo, inimputable- se le ocurrió inventar este personaje desquiciante llamado por todos “Cupido”? ¡Por Favor! ¿Quién se va a creer que un engendro baboso –e incontinente- puede, con un flechazo invisible, hacer que nos enamoremos de quién le dé la gana? Publicidad, pura publicidad.

Éste último día de San Valentín fue, probablemente, el peor de todos.

Todo parecía ir bien, hasta tenía una cita. Me levanté en la mañana con un par de molestas llamadas de personas que –al parecer- no saben que las 10 de la madrugada de un sábado NO es una hora decente para llamar a una señorita de su casa. Pero bueno, ya que estaba despierta, me calcé un par de sandalias y un deportivo vestido –si se le puede llamar vestido a un pedazo de tela que difícilmente te cubre el trasero, para ya no hablar de las piernas- y salí a comprar jugo de naranja puesto que mi estimadísimo hermano había consumido el poco que quedaba en el refrigerador. Al llegar a la esquina de mi calle veo a una humilde señora caminar con una canasta llena de flores artificiales –bastante feúchas, para ser sincera-. Me acerco a ella para comprarle un par cuando noto que me mira y luego mira a la vereda de enfrente, por donde pasaban dos pubertos caminando con las manos entrelazadas, y corre hacia ellos –ignorando por completo mis buenas intenciones de colaborar a su negocio- para ofrecerles las deslucidas rosas de plástico. ¡Vieja maldita! Tú y tus flores de látex pueden irse al demonio.

Llego al departamento con una caja de jugo de piña –el de naranja se había agotado- y despierto a mi hermano tirándome encima de su cama y cogiendo el PSP de su velador para echarme una carrerita de “need 4 speed”. K –mi calzonudo hermano mayor- entreabre los ojos, sólo para asegurarse de que soy yo quien lo está aplastando, y una vez que ve mi rostro explota de risa. Le pregunto qué –carajo- le pasa y me responde, casi sin aliento por las carcajadas, que debo mirarme en un espejo.

Corro a buscar en mi bolso un espejo y de pronto lo descubro. Un asqueroso y ponzoñoso grano ha aparecido en mi rostro –para ser más exactos, entre mi mejilla y mi nariz-. Esta enorme protuberancia hace que mi rostro se vea diminuto. ¡Forúnculo infernal! Hasta parece que tiene vida propia. Corro al baño y me aplico las más vasta variedad de cremas anti-acné. Sólo cuando recapacito y caigo en la cuenta de que no podré desaparecerlo para mi cita de la noche intento ocultarlo aplicándome una fuerte –y hasta grosera- cantidad de base. Como supondrán, no funciona. Me resigno y me coloco un pedazo de curita adhesiva encima de la satánica pústula que ha desfigurado mi rostro.

A partir de ahí todo sale mal. Para las 3 de la tarde me encuentro recostada en mi cama –cual sapo- con una migraña colosal. Debo haber ingerido al menos unas 10 “Excedrin Migraña” y el maldito dolor no desaparecía. Entonces no pude más. Llamé a mi papá y le pedí que me recogiera antes de que mi cerebro explotara y haya que re-pintar las paredes del departamento. No tarda más de 10 minutos en pasar por mí y me lleva a la clínica, donde -por fin- pierdo el dolor y –con ello- también el día. Para cuando abandono la clínica son casi las 10 de la noche y luzco ojeras kilométricas, párpados hinchados, labios resecos, cabello desordenado y un olor a “hoy no me bañe” que espantaría al más comprensivo de los hombres del planeta. Mi cita, a quien llamé para cancelar, debe estar divirtiéndose en algún lugar de lima con alguna chica linda y sana.

Entonces le pido a mi padre que me llevé a casa –a su casa- a ver a mi mamá, con quien me recuesto y veo una película yankee, sin sentido, que nos roba algunas carcajadas.

Y ése fue mi San Valentín. Patético, ¿verdad?

Es por eso -y por muchas cosas más- que odio San Valentín. Es por eso que no aguanto a las parejitas en las calles que andan besuqueándose cual si se tratara de una guerra de lenguas. Es por eso que no aguanto las decoraciones estúpidas de los establecimientos comerciales. Es por eso que odio que la gente me pregunte qué voy a hacer en San Valentín y que cuando les respondo que no tengo novio me arrojen una mirada de entre asco y lástima y me digan: "bueno... pero también es el día de la amistad", cual si se tratase de un premio consuelo.


Yo no tengo novio ¿y qué? Por mi San Valentín, Cupido y todos los enamoraditos chiclosos que andan por las calles se pueden ir al demonio.


Como leí en algún lugar:


On Valentine’s Day I wish for many things

A bouquet of roses…. a diamond ring

But there is one thing that will come to pass

The glorious day that I kick cupid in his ass

jueves, 12 de febrero de 2009

Un buen día


Creo que por fin estoy tranquila.

Creo que por fin encuentro algo de paz. Por fin estoy sola. Por fin puedo ser yo.

Estar sola no es tan malo como parece -como suele parecerme a mí-. Ahora que no tengo absolutamente a nadie conmigo -ni un "agarre" esporádico- empiezo a sentirme un poco más tranquila, un poco más serena, un poco menos "abzurdah".

L es ahora sólo un bonito recuerdo -está bien, algo tormentoso; pero un recuerdo al fin y al cabo-. L fue algo importante -léase: determinante- en mi vida, por lo que siempre lo recordaré con algo de amor -y algo de odio también.

En cuanto a A, somos amigos. A es un buen tipo y deseo lo mejor para él -qué frase para trillada-, aunque no puedo negar que quisiera que algún día me recuerde y le vengan ganas locas de darme un beso. A es un romance platónico. Un romance inconcretable. Un romance utópico. Empiezo a verlo como un amigo -si señores, sólo como un amigo- lo cual me tranquiliza enormemente. A es mi confidente. A es el extraño que me inspira la confianza suficiente como para revelarle mis pequeños e indecorosos secretos -my dirty little secrets, suena mejor en ingles-.

Llego al trabajo sonriendo después de varios días de llegar con lentes oscuros y, casi, no saludar a nadie. Saludo a todos con una sonrisa que llevaba al menos 5 días sin mostrar. Hoy todo parece ir bien. Hoy todo está bien.

Paso toda la mañana trabajando y aunque aún me molesta la incompetencia de la gente –léase funcionarios del poder judicial-, todo va de maravilla. Hoy sonrío al mundo y todo el más fácil. Hoy soluciono –usando algunas artimañas algo irregulares- un problema que parecía grande y ahora es sólo una nimiedad.

Es increíblemente curioso como el ánimo de las personas influye en su suerte. Yo solía no creer en la suerte, sin embargo hoy es mi día. Hoy todo me sale bien. Hoy todos son lindos conmigo y yo soy linda con todos. Hoy no estoy resaqueada. Hoy mis ojos no están hinchados sino perfectamente maquillados y –según el administrador del lugar donde trabajo- con un brillo natural. Hoy no apesto a licor ni me agota caminar de un lado a otro de la oficina. Hoy el almuerzo ha sido sumamente ameno y me he desentornillado de risa un par de veces. Hoy dije algunas tonterías e hice reír a un par de amigos. Hoy estoy satisfecha conmigo misma. Hoy estoy feliz –y, al parecer, el mundo está feliz conmigo-.

Hoy me encuentro, en una muy conocida notaria de lima, con un amigo al que no veía hace mucho tiempo. Nos saludamos efusivamente. Me pregunta cómo están mis papás, cómo va la universidad, cómo va el trabajo. Le hago casi las mismas preguntas y bromeamos recordando anécdotas de tiempos pasados. La plática se alarga algunos minutos hasta que me doy cuenta de que se me hace tarde. Le digo que fue genial verlo de nuevo y me contesta con una invitación a cenar. Intercambiamos números celulares y me despido.

Hoy voy a la oficina de mi jefe y me encuentro con su hijito de 2 años: Kevin, un precioso nene de cabellos castaños y ojos color del tiempo. Me saluda con beso en la mejilla y me derrito en el acto. Paso la siguiente media hora jugando con él alrededor de todo el estudio.

Hoy mi prima favorita me envía un correo electrónico avisándome que llega de viaje en una semana y que se hospedará en mi departamento. ¡Mi prima es lo máximo! Siempre tiene alguna frase en doble sentido que me saque alguna carcajada, siempre sabe hacerme reír, siempre sabe hacerme sentir mejor. Mi prima es –en resumen- un cague de risa. Por eso es que es mi prima favorita.

Hoy no me pudo ir mejor.

Hoy, simplemente, estoy feliz.

martes, 10 de febrero de 2009

The Hangover

¡Me va a explotar la cabeza!

Juro por todos los cielos que nunca más vuelvo a tomar.

Disculparán el desorden con el que, probablemente, redacte éste post; pero -como el título indica- estoy resaqueada.

Los últimos días no han sido los mejores de mi vida. He tenido un problema del cuál no hablaré en el presente blog porque, simplemente, no me da la gana. Sin embargo, les contaré que: ¡me siento hasta el culo!

Llegué el domingo a mi departamento -como todos los domingos luego de visitar a mis padres- y me encontré con un escenario de lo más deprimente. ¡Todo era un desastre! Carteras encima de los sillones de la sala, papeles, botellas de gaseosa, latas de cerveza, paquetes vacíos de piqueos, ceniceros sucios, blusas encima de las sillas, un saco colgando de la manija del refrigerador, el lavadero atiborrado de platos sucios, etc. Sentí -ya que ése es el sitio donde vivo- que eso era yo. Yo era un desastre. Yo soy un desastre.

Me siento mal. Me deprimo. Entro en pánico. Me siento tan sola. Necesito a alguien. Necesito sentir que soy parte de algo. Que soy indispensable para alguien.

L prometió ir a verme y ahora parece que está "muy cansado" como para visitarme. Nunca había hecho algo así pero prácticamente le ruego que vaya a verme. Le digo que muero por verlo y lo atraigo con alguna propuesta indecorosa. Sólo quiero que me abrace. Que alguien me abrace. Que alguien me haga sentir que soy importante. Que soy linda. Que le soy indispensable.

Me equivoco al buscar a L. Necesito alguien que me quiera, no alguien que me desee. L me conoce tanto y sin embargo yo no lo conozco nada. L es un completo extraño para mí. Soy tan ajena a su mundo, a sus cosas, a él. Entonces llega L. Bajo a recibirlo y subimos juntos por el ascensor, donde me besa apasionadamente. Por primera vez, no siento nada. Estoy fuera de lugar, soy una tonta.

L no es para mí. Jamás fue para mí. Sólo soy la mocosa a quien ve cada vez que tiene algo de tiempo libre. Sólo soy la niña ingenua que le cree cuando miente diciéndole que la ama. Sólo soy un pasatiempo más en su ocupado horario. Sólo soy el romance de turno.

No soy capaz de decirle lo que me pasa. No soy capaz de contarle mis problemas. No se los digo. Tampoco le importa.

Quiero odiarlo. Quiero mandarlo a la mierda. Quiero decirle que se vaya, que no lo quiero volver a ver. Sin embargo no puedo. Necesito estar con alguien. Necesito no estar sola. Y lo retengo ofreciéndole placeres más terrenales, más banales, más carnales, más sexuales. Y logro no estar sola -o por lo menos, no estar físicamente sola-.

Ayer llegué a mi casa, luego de clases, y me embargó la misma sensación de aturdimiento. Estos días han sido difíciles. Una charla con un buen amigo sirvió para relajarme un poco, para llorar un poco.

Salí a comer con dos de mis mejores amigos -que, por cierto, son novios entre si-. La pasé bastante bien. Es curioso como los amigos pueden hacerte olvidar por un rato tus problemas. Cómo, escuchando sus anécdotas, puedes olvidar que estás triste, que estás sola.

Llegué de nuevo a mi departamento, pero ésta vez con un ánimo diferente. Un buen ánimo. Un ánimo que no duró más de media hora.

Antes de la media noche ya había ingerido unas 3 ó 4 botellas personales de cerveza. Lo más triste de todo es que estaba tomando sola, lo cual es una actitud de borrachos. Por tanto -y en vista de que no soy ninguna alcohólica como para andar tomando sola- llamé a unos cuantos amigos para que me acompañaran en éste ritual etílico.

Mis amigos, como siempre tan dispuestos a estar conmigo -sobre todo si hay trago de por medio-, acudieron sin demora. Unas cervezas por aquí, unos tequilas por allá. No recuerdo absolutamente nada más. No debo haber sido una buena niña anoche.

Hoy me explota la cabeza. Mis ojos están hinchados y tengo un aliento a alcohol vergonzoso, repugnante. Gracias al cielo no llegue tarde al trabajo y estoy haciendo bien mi chamba -hasta el momento-.

No quiero volver a tomar en mi vida, aunque sé que probablemente beba hoy también.

El alcohol te hace olvidar, te hace dejar de sentir. El alcohol se vuelve tu amigo, el único que está ahí cada vez que lo necesitas. En cada esquina, en cada licorería, en cada bar.

PD: El anterior comentario puede sonar al de una chiquilla que busca llamar la atención bebiendo en exceso y, talvez, eso sea -una chiquilla que busca llamar la atención-.

viernes, 6 de febrero de 2009

Summer 09'

¡Qué calor!

¡No puedo conmigo misma! ¡Me provoca quitarme la ropa y andar así por la calle!

El verano llegó y con él el bochorno, el sudor, el sol achicharrante.

Ahora que –para mi desgracia- formo parte de la población económicamente activa (PEA) peruana, o mejor dicho: trabajo, el verano no es lo que solía ser unos años atrás.

Unos años atrás el verano era la mejor época del año. Solía ir todos los días a la playa con mis amigos, usar pequeñas prendas que no dejaban casi nada a la imaginación de mis entonces pubertos espectadores, ir al gimnasio –que quede claro que solo iba a hacer vida social-, salir a bailar a alguna discoteca o pub de moda, beber en exceso y tener esos amoríos de verano que nunca se olvidan.

Hoy por hoy todo es diferente. Ir a la playa ya no es una opción para mí. Entre el trabajo, la universidad, las clases de ingles y las visitas dominicales a mis papás no he podido siquiera soñar con pisar la arena en lo que va de la temporada. Tampoco es que me moleste demasiado, soy conciente de que ya no soy la misma de antes. Los bikinis y las pequeñas prendas veraniegas son algo que ya no se amolda a las dimensiones de mi cuerpo. He pasado a formar parte del clan de las “me da vergüenza usar bikini” y las “amo el invierno porque la ropa disimula mi cuerpo”. No muchos años atrás adoraba pasear por la playa en bikini, usar pequeñas minifaldas y diminutos tops y sentarme en la arena a comer un helado mientras esperaba que algún atractivo muchacho se me acercara a poner más interesante la tarde. No muchos años atrás criticaba a las “acomplejadas” que tenían vergüenza de usar bikini porque no se sentían a gusto con su cuerpo, lo cual me parecía una completa y absoluta falta de personalidad. Hoy soy una mas de ésas “acomplejadas”. Ahhhh.. pero que quede claro que prefiero mil veces eso a salir por la playa con un bikini que se pierde entre mis carnes. Prefiero -50 millones de veces- ser una gorda “acomplejada” a ser una gorda en bikini –que se cree flaca-.

Hoy por hoy llevo más de 3 años sin pisar un gimnasio, 2 años sin pisar una discoteca y media semana sin pisar un bar. Hoy por hoy salir a bailar no me entusiasma como antes. Prefiero tomarme unos tragos, inhalar una buena ración de cigarrillos y disfrutar de una tranquila conversación con alguien que se muestre a la altura. Prefiero sentarme a libar mientras voy perdiendo conciencia de las cosas y sólo cuando el alcohol ya haya hecho un efecto respetable –sólo ahí- podría pensar en bailar un poco –pero sólo lo suficiente como para atraer la mirada del galán de turno-.

Hoy por hoy el calor es insoportable. Vestir sastre con un clima como el que tenemos es criminal. Encerrarme 3 horas en un salón de clases, que no cuenta con el aire acondicionado necesario, a escuchar una lección de finanzas corporativas –por muy ameno, y ligeramente atractivo, que sea el profesor- es una tortura. Felizmente existen heladerías y cafés en cada esquina que me proveen de deliciosos helados y frappes que se encargan de sumar calorías a mi –ya amplia- reserva.

Sin embargo –¡cómo me encantan estos “sin embargos”!- existen cosas que nunca cambiarán: los amoríos de verano. Siempre existieron, existen hoy y existirán por siempre. Cada verano trae consigo una nueva ilusión, un nuevo amor. Podrá ser tormentoso, apasionado, tierno, ocasional e incluso platónico. Sea como sea, son amores que no se olvidan. Son amores que nos marcan. ¡Son amores… -¿Qué les puedo decir?- de verano!

Éste lunes llega a Lima –sólo por un par de días- mi amigo, mi confidente, mi ex-amor de verano: Charlie.

Sé que la pasaremos genial. Tenemos mil cosas por contarnos. ¡No nos vemos hace casi 1 año y medio! Cuento los días para verlo.

Mientras tanto –y para mi desgracia- no dejo de pensar en ti. ¡Si! En ti, extraño de cabello entrecano y ojos perfectos.

martes, 3 de febrero de 2009

never ever after


I know that i can have your attention...
I know that i can have your dreams...
I know that i can make you think about me the whole day...

But i also know that you will never be completely mine...
That you will never be mine at all..

And it's like that, no?
It doesn't matter how near we can be...
i will never have you...
You will never have me...

lunes, 2 de febrero de 2009

...

Cuando tenía 13 años conocí a X y cómo ya les había contado mi papá no estuvo muy de acuerdo en nuestra relación. ¿Qué les puedo decir? Yo tenía 13 años y el casi 20, lo cual no es una diferencia muy grande de edades, el problema era que yo era en realidad una niña -en todo el sentido de la palabra- y el ya era un hombre -no tan hecho y derecho como hubiese deseado-. Yo estaba locamente enamorada de él y para mi la frase "es muy mayor para ti" sonaba escasa de sentido. Así que inicié mi noviazgo con X a escondidas de mis padres.

Uno podría pensar que eso de los noviazgos a escondidas son cosas de niños, sin embargo son más comunes de lo que solemos creer.

Muchas veces encontramos el amor en alguien que -por esas casualidades del destino que siempre me pasan a mi- no es para nosotros o simplemente lo encontramos cuando las circunstancias no son las óptimas. Entonces, o bien renunciamos a éste sentimiento hermoso que acabamos de encontrar -lo cual nos reservará un ticket de entrada al cielo, zona súper VIP- o bien nos enredamos a una relación pasional, excitante, prohibida e -inevitablemente- secreta.

Queda claro qué es lo que hago yo cuando me encuentro en ésta situación, ¿no?

Siempre guiada por la adrenalina, por las ganas de hacer lo que no debo, por mi instinto de niña traviesa, caprichosa y engreída, me decido por lo segundo.

Y es que hacer lo correcto no es algo que esté en mis genes, en mi forma de ser, en mí. Y es que hacer lo correcto es -simple y llanamente- aburrido. Como diría un buen amigo mío, es como chupar un clavo, como comer light, como hacerle caso a tu viejo, como preparar con tiempo una chamba o un examen... la verdadera adrenalina surge cuando somos transgresores, cuando hacemos lo políticamente incorrecto, cuando hacemos la chamba al último minuto, cuando tenemos que copiarnos para no jalar un curso...

He ahí la respuesta. No hacemos lo incorrecto porque no nos quede otro remedio sino porque nos gusta, porque no hay nada mejor que hacer lo que está mal, porque nos sentimos vivos.

Sin embargo, después de haberme involucrado en algunas relaciones secretas -y prohibidas-, puedo decir que al final -y sobre todo si te involucras demasiado- dejan un sabor amargo, un sabor a "te amo pero no lo suficiente", un sabor a "te extrañaré por siempre".

Por eso, mis queridos e inexistentes lectores, piénsenlo bien antes de iniciar un romance secreto -sobre todo si además es prohibido-, podrían comenzar pensando que se trata sólo de un juego y terminar involucrándose más de lo que planearon, más de lo que imaginaron, más de lo que debieron.

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Hoy tengo ganas de sentirme viva. Hoy quiero salir al mundo y gritar que estoy enamorada aunque el hacerlo le vaya a ocasionar problemas al aludido -no te preocupes, no lo haré-.

Hoy quiero sentirme querida, amada. Hoy quiero que me mires a los ojos y me digas que te gusté desde el primer momento en que me viste. Hoy quiero que me digas que te parezco una mujer atractiva -aunque no sea cierto, miénteme-. Hoy quiero, aunque sea por dos segundos, que me tomes de la mano y me digas que te encanto. Hoy quiero sentir que estás tan loco por mí como yo lo estoy por ti. Hoy no te pido un beso, ni siquiera una caricia. Hoy te pido que me mientas y me hagas sentir la niña más feliz del mundo.